sábado, 28 de mayo de 2011

Versión: Ana de las Tejas Verdes- Anne & Gilbert (III)

-El recate de Lady Lily-

A su alrededor sólo se oía el murmullo de la balsa cruzando el lago y su voz recitando clara y serena el último párrafo fe la historia de Lady Lily, cuando se alejaba, ya muerta, de Camelot.

De pronto el agua fría le caló la nuca y eso la hizo volver a la realidad, la barca hacía aguas. Anne se agitaba nerviosa, tratando de sacar toda el agua posible. Pero la balsa se hundía por momentos y en un acto desesperado se abrazó a uno de los pilares de un puente. Se mantuvo aferrada y calada pensando que no había sido buena idea jugar con Diana y otras dos amigas a representar la historia de Lady Lily. En ese momento una barca paró a su lado.

- Anne Shirley ¿qué haces ahí subida?- La joven reconoció esa voz al instante, era la última persona que quería que la viese en ese momento. Gilbert Blythe le sonreía picaronamente.

- No lo ves, pescar truchas.- comentó ella con desdén, aunque cuando el chico le tendió la mano para subir no pudo rechazarla. Era difícil mantener la dignidad y la pose orgullosa calada hasta los huesos y con el pelo chorreando. Gilbert trataba de contener una sonrisa divertida mientras remaba lentamente, quería aprovechar esos momentos con Anne.

Durante los últimos años él había tratado de acercarse a la muchacha, pero todo había sido en vano. Hubo una vez en que la joven había sido retada a caminar sobre un tejado y, como no podía ser de otro modo, lo hizo. Pero no logró completar el reto y cayó al suelo, torciéndose un tobillo. Por más que el chico insistió en ayudarla, ella se negó rotunda. La única vez que más o menos Anne le había hablado fue en el baile de Navidad. Pero Gilbert sabía que únicamente lo hacía por una apuesta, por eso no le hizo ningún caso, es más, la ignoró. El muchacho no podía evitar sonreír ante los intentos de Anne por parecer altiva. La última vez que la había visto fue en el examen de acceso a Queen’s, en el que los dos eran los favoritos. Siempre habían sido los primeros de la clase y, además del odio que la chica le profesaba, existía una arraigada rivalidad académica.

-¿Sería tan amable de acercarme a la orilla, señor Blythe?- Este hizo lo que le había pedido y cuando llegaron la joven se apeó velozmente, Gilbert le siguió.

-Gracias por ayudarme, pero tengo que ir a buscar a mis amigas, que estarán sumamente preocupadas por mí.

-Entonces, ¿te he rescatado?- Anne se giró indignada y él la cogió del brazo- ¡Para, boba! Tengo que darte una noticia.- La muchacha le miró entre furiosa e incrédula- Tengo la nota del examen que Queen’s- anunció emocionado.

- Felicidades por su primer puesto señor Blythe.- comentó con resquemor, bajando la mirada.

-¡No tonta! Hemos empatado en el primer puesto ¡Los dos somos los primeros!-Anne abrió mucho los ojos.

-¡Los primeros entre 200!- Exclamó emocionada, olvidando momentáneamente su aversión por ese muchacho.

- Siento que tengas que compartir el puesto.- murmuró Gilbert. Se quedaron en silencio, mirándose a los ojos.- ¿No podríamos ser amigos? Esta niñería ha llegado ya demasiado lejos.

- ¡Me heriste profundamente!- le recriminó Anne.

- Siento lo que dije de tu pelo. No sabes lo muchos que me arrepiento.- añadió con voz melosa y el corazón de Anne latió con fuerza.- Entonces ¿somos amigos?

- Por qué no lo adivinas ya que eres tan listo- comentó divertida y se alejó ante la atenta y reconfortada mirada de Gilbert.

jueves, 26 de mayo de 2011

Versión: Ana de las Tejas Verdes- Anne & Gilbert (II)

-Primeras Impresiones-


"¡Maldito día!" pensó durante mucho tiempo Gilbert Blythe acerca de la primera vez que Anne Shirley llegó a la escuela de Avonlea. Y no fue culpa de la muchacha pelirroja que el joven Blythe deseara muchas veces que el sol no hubiera salido ese día.


Anne apareció en su primera clase con una gran sonrisa, y cuando el profesor le comunicó que se sentaría con Diana Barry su sonrisa aumentó más si cabe. Gilbert se moría por hablar con la joven y por un momento dejó de pensar en bromear con sus amigos para concentrar todos sus esfuerzos en llamar la atención de la chica. Cuando esta se giró un instante, él le guiñó un ojo pensando que así no tardaría en repetir el gesto, pero estaba equivocado, ella no se volvió más. La sangre de Anne hervía de sólo pensar en él, ¡era un desconsiderado y un maleducado!

Pero Gilbert no se rindió y empezó a tirarle gomitas al pelo, aún con todo ella hacía caso omiso. El muchacho no aguantaba su indiferencia, por qué tenía que ser justamente ella la única chica del colegio que le ignoraba. El chico había quedado fascinado con el rojizo color de sus trenzas y esos ojos verdes que dejaban entrever su inteligencia. Esa era otra de las cosas que el impresionaban de ella, ¡tenía una brillantez y una forma de ser y de hablar tan distinta a la de las demás! Y encima era tan hermosa, qué más se podía pedir. Pero ella hacía oídos sordos a todo lo que él decía, a todas las veces que le llamaba.

Así que decidió pasar a mayores y, tirándole de las trenzas, empezó a picarla.


-¡Zanahoria!- dijo- ¡Zanahoria!- repitió más alto. Anne no aguantó más y levantándose cogió la pizarra del chico y en un ataque de furia la estampó contra su cabeza, rompiéndola. Por ello el profesor le castigó todo el día cara a la pared. Y fue entonces cuando la chica pelirroja comenzó a odiar con todas sus fuerzas a Gilbert Blythe.


A la salida del colegio el chico estaba hablando con Ruby Gillis. Ruby era una chica rubia y guapa, todos creían que Gilbert y ella estaban juntos, pero nada más lejos de la realidad. El joven no soportaba la superficialidad de las conversaciones de Ruby, antes las aguantaba porque creía que todas las chicas eran así. Pero tras conocer a Anne y su magnífica inteligencia no podía soportar más a la chica rubia con la que en ese momento hablaba.


Anne salió del colegio con la barbilla levantada y acompañada por Diana. Gilbert se acercó para disculparse, pero ella siguió con su camino. El chico la cogió del brazo.


-¡Espera, Anne!- dijo agarrándole con fuerza. Ella mantuvo la mirada al frente y el rostro orgulloso.- Quiero disculparme por haberte picado antes.


-No hay perdón para ti.- dijo Anne sin dignarse a mirarle.- Te odiaré por siempre Gilbert Blythe, nunca podré perdonarte.


Y siguió caminando con una impresionada Diana, dejando a un Gilbert Blythe de piedra, incapaz de reaccionar.

Pero no fue sólo un ataque de furia, Anne cumplió su palabra y durante años no le dirigió la palabra más de lo estrictamente necesario. Gilbert se arrepintió muchas veces de sus palabras, pero ambos eran los primeros en clase y estaba destinados a congeniar.

martes, 24 de mayo de 2011

Versión: Ana de las Tejas Verdes- Anne & Gilbert

Lo que ha ocurrido ha sido lo siguiente, me he enamorado, pero no de una persona ( por el momento) si no de un personaje, de Ana de las Tejas Verdes, o para ser más exactos de Gilbert Blythe, el chico del libro. Me parece una historia fascinante y por ello he decidido hacer mi propia descripción de las escenas, que, aunque basadas en la serie televisiva sobre el libro, tienen mi puntito personal, espero que os guste.




-Primer encuentro-


El cielo era azul y limpio, sin una sola nube que entorpeciese el paso de los rayos del sol. La bóveda celeste se asemejaba ahora a un enorme lago de aguas cristalinas colocadas lejos de la mano de cualquier mortal, pensó Anne. Le gustaría verse reflejada en esa luminosa laguna, aunque no merecería la pena volver a ver sus cabellos de aquel horrible rojo. Era un día de comienzos de primavera, en día perfecto para una merienda.


Todo el prado estaba decorado con banderas y las mesas se repartían por doquier. Anne se abalanzó sobre el ponche sin pensárselo dos veces, por lo que Marilla la reprendió. Ya con su segundo vaso lleno en las manos se dispuso a conocer a la que sería su amiga del alma, su espíritu afín. Y en eso pensaba cuando se tropezó con Diana Barry, una muchacha de oscuros cabellos y no demasiada belleza que le cayó bien en el acto. Comenzaron a hablar de inmediato y, tras las presentaciones, se convirtieron en amigas en poco tiempo.


En un momento dado ambas vieron cómo se estaba preparando una carrera " de tres piernas" y los verdes ojos de Anne se iluminaron al instante. Tomó a Diana del brazo y la arrastró a la par que le contaba su idea. Diana sólo pudo abrir la boca el tiempo suficiente para decirle que estaba loca, que en ese juego sólo participaban niños. Pero Anne no se amilanaba con facilidad y cogiendo un pañuelo cualquiera ató su pierna izquierda con la derecha de Diana. Se colocaron en la línea de salida, listas para ganar.


A su lado se colocaron dos chicos que también parecían dispuestos a darlo todo. Uno de ellos era pelirrojo también y parecía nervioso. Pero fue el otro el que se dirigió a Diana.


-¿Quién es tu amiga, Diana?- preguntó con una amplia sonrisa.


-Su nombre es Anne Shirley- anunció orgullosa la chica morena. No dio tiempo para más explicaciones porque sonó el silbato que anunciaba la salida. La carrera estuvo igualada hasta que el muchacho pelirrojo tropezó e hizo que tanto él como su compañero se precipitaran aparatosamente contra el suelo. Son esa competencia Diana y Anne ganaron con facilidad. Al llegar a la meta les entregaron unas bonitas medallas como premio.


Cuando Anne se giró pudo ver que el chico que había preguntado por su nombre la estaba mirando intensamente desde el suelo. Por primera vez la joven se fijó en él, tenía el pelo negro y rizado y unos preciosos ojos azul grisáceo que parecían poder llegar hasta su alma. Se giró cuando él le guiñó un ojo. ¡Qué descarado! pensó, pero su corazón latía velozmente y tardó aún unos minutos en relajarse. Diana se acercó a ella en tono confidencial.


- Ese chico que antes me ha preguntado por ti es Gilbert Blythe, el chico más guapo de la escuela ¡Y tiene dos años más! Porque faltó unos años a clase ya que su padre estuvo enfermo.- En ese momento el susodicho se puso en pie y Anne pudo corroborar que era alto para tener doce años, incluso era alto para sus catorce.


-Pues tu Gilbert es un maleducado ¡Qué es eso de guiñar a una desconocida!- dijo con un fingido tono de indignación- Tengo la sensación de que no me caerá bien el joven Gilbert Blythe- comentó orgullosa.


Diana rió y juntas se alejaron por el bosque charlando animadamente.

domingo, 1 de mayo de 2011

Microrrelato del Día del Libro

Con motivo del día del libro se me ocurrió escribir este microrrelato que me gustaría compartir con vosotr@s.
El día del libro es uno de los más importantes para mí, ya que recuerda el orgullo y el amor por la lectura que algunos disfrutamos y que otros no entienden. He de decir que no comprendo como alguien no se pude emocionar con ver un libro nuevo en sus manos, no puede llorar con una historia ni reír con una comedia. Para mí la lectura es fundamental, e incluso algún día me gustaría vivir de ello. Por ello me encanta este día y, aunque con algo de retraso quiero compartir este relato. Espero que os guste.


Promesas


Las finas hojas pasaron velozmente entre mis dedos, haciéndome sentir un ligero cosquilleo que me arrancó una sonrisa. Entonces las vi, en la última página, elegantes y enjutas, como un borrón de tinta, pero con la hermosura de una caligrafía esbelta y trabajada. No era un párrafo muy largo, apenas unas cortas líneas, pero aún así me detuve, casi con miedo. Finalmente conseguí armarme del valor necesario y leí aquel mensaje de aspecto antiguo.


“Estas serán, probablemente, las últimas líneas que escriba por voluntad propia. Me gustaría decir tanto, pero no tengo ni tiempo, ni espacio. No quisiera dejar para la posteridad el horror del mundo en el que vivo, no sería justo olvidar todas las maravillas que contiene, pero que en tiempos difíciles nos pasan casi desapercibidas.
Sin embargo este pequeño párrafo tiene otra finalidad y esa es la dejar un mensaje. Quiero dejar constancia de un error que espero que no cometan en el futuro y que ahora me dispongo a relatar.
Llevaban intentándolo desde hacía tiempo, y aunque fingía lo contrario, sabía que para ellos era importante quitármelo de la cabeza. Al principio eran sutiles gestos, miradas que no me eran difíciles de evitar. Pero poco a poco se fueron dejando de sutilezas para dar paso a una insistencia que casi rozaba la agresividad. Ya no “sugerían”, ordenaban. Nunca me tocaron un pelo, pero no hizo falta, el miedo ya me invadía.
Yo me declaré sublevado, no pensaba ceder ante sus chantajes. La presión continuó creciendo con los años y, durante un tiempo, tuve que hacerles creer que me había rendido a sus exigencias. Pero no era así, y cuando lo descubrieron me hirieron profundamente.
Aun con todo me mantuve firme en mi decisión pues sabía que podía derribar fácilmente sus argumentos de paja, aquellos que la gente prefería creer. Pero poco a poco toda las personas de mi alrededor que me apoyaban fueron cayendo, dejándose llevar, cediendo. No les culpo, era lo más sencillo. Y de pronto me vi solo, solo frente al mundo.
Juro que intenté seguir luchando, pero las fuerzas me han flaqueado. Ahora es el momento de reconocer mi derrota, ellos han ganado, me he rendido. Han conseguido que deje de leer, y por tanto, de tener opinión y criterio propio. He dejado de ser un individuo especial en sí mismo, para convertirme en una pieza más del puzle de los poderosos, llamado masa. Una masa que se mueve, habla y piensa al unísono lo que otros le dictan. Una masa dónde no existe la libertad de ser YO con mi propio pensamiento, y sólo somos un TODO.
Si alguien lee esto, si lo estás leyendo, hazme un último favor, lee. Lee este libro, es de los mejores. Y si tu mente sigue ávida de cultura y libertad, en un falso fondo del arcón en el que has encontrado este libro, hay muchos más.
Prométeme algo, prométeme que no les dejarás vencer, que querrás ser libre y lucharás por ello. Que leerás cada libro y cada escrito que caiga en tus manos, disfrutando así del placer que da la libertad de poder pensar por ti mismo.
Prométemelo.”


Cerré con cuidado el libro y abrí la trampilla de la que se hablaba en la nota. En efecto, allí estaban, todos esos cúmulos de papel dónde tantas historias, tantas ideas y tanta cultura habían sido recopiladas. Tomé una cerilla del bolsillo y, encendiéndola, la lancé al falso fondo del arcón.
Así era mejor, pensé, la cultura y el pensamiento individual lo volvían todo más complicado. Eso nos habían enseñado siempre, todos tenemos que ser uno, por qué iba yo a querer tener mi propia opinión, eso es sólo un engorro.
Fui a lanzar el libro que sujetaba en las manos al infierno que yo misma había desatado, pero durante un segundo me arrepentí y arranqué la última hoja, la que contenía el mensaje. Con cuidado la guardé en mi bolsillo y arrojé el resto del libro al fuego.
Me quedé contemplando en silencio como las llamas consumían las frágiles páginas, y con ella hacían desaparecer en un instante miles de ideas que jamás conoceré. Una duda nublaba mi mente desde hacía unos minutos, ¿Sería cierto que me había rendido? ¿Sería cierto que ellos habían vencido?
Por un momento me planteé una cosa que me sorprendió hasta a mí misma. Quería ser YO, quería poder tener mis propios pensamientos, mi propia opinión. Pensé enfrentarme a todo, pero el olor a papel quemado me devolvió a la realidad. Logré salvar del fuego los maltrechos restos de un libro. Aunque la última parte estaba calcinada casi todo el principio se mantenía intacto. Lo miré con deseo y, sacando el papel que había guardado, releí el mensaje que aquel hombre había dejado para alguien del futuro, para mí. Lo estreché con fuerza y murmuré.
- Te lo prometo.