domingo, 1 de mayo de 2011

Microrrelato del Día del Libro

Con motivo del día del libro se me ocurrió escribir este microrrelato que me gustaría compartir con vosotr@s.
El día del libro es uno de los más importantes para mí, ya que recuerda el orgullo y el amor por la lectura que algunos disfrutamos y que otros no entienden. He de decir que no comprendo como alguien no se pude emocionar con ver un libro nuevo en sus manos, no puede llorar con una historia ni reír con una comedia. Para mí la lectura es fundamental, e incluso algún día me gustaría vivir de ello. Por ello me encanta este día y, aunque con algo de retraso quiero compartir este relato. Espero que os guste.


Promesas


Las finas hojas pasaron velozmente entre mis dedos, haciéndome sentir un ligero cosquilleo que me arrancó una sonrisa. Entonces las vi, en la última página, elegantes y enjutas, como un borrón de tinta, pero con la hermosura de una caligrafía esbelta y trabajada. No era un párrafo muy largo, apenas unas cortas líneas, pero aún así me detuve, casi con miedo. Finalmente conseguí armarme del valor necesario y leí aquel mensaje de aspecto antiguo.


“Estas serán, probablemente, las últimas líneas que escriba por voluntad propia. Me gustaría decir tanto, pero no tengo ni tiempo, ni espacio. No quisiera dejar para la posteridad el horror del mundo en el que vivo, no sería justo olvidar todas las maravillas que contiene, pero que en tiempos difíciles nos pasan casi desapercibidas.
Sin embargo este pequeño párrafo tiene otra finalidad y esa es la dejar un mensaje. Quiero dejar constancia de un error que espero que no cometan en el futuro y que ahora me dispongo a relatar.
Llevaban intentándolo desde hacía tiempo, y aunque fingía lo contrario, sabía que para ellos era importante quitármelo de la cabeza. Al principio eran sutiles gestos, miradas que no me eran difíciles de evitar. Pero poco a poco se fueron dejando de sutilezas para dar paso a una insistencia que casi rozaba la agresividad. Ya no “sugerían”, ordenaban. Nunca me tocaron un pelo, pero no hizo falta, el miedo ya me invadía.
Yo me declaré sublevado, no pensaba ceder ante sus chantajes. La presión continuó creciendo con los años y, durante un tiempo, tuve que hacerles creer que me había rendido a sus exigencias. Pero no era así, y cuando lo descubrieron me hirieron profundamente.
Aun con todo me mantuve firme en mi decisión pues sabía que podía derribar fácilmente sus argumentos de paja, aquellos que la gente prefería creer. Pero poco a poco toda las personas de mi alrededor que me apoyaban fueron cayendo, dejándose llevar, cediendo. No les culpo, era lo más sencillo. Y de pronto me vi solo, solo frente al mundo.
Juro que intenté seguir luchando, pero las fuerzas me han flaqueado. Ahora es el momento de reconocer mi derrota, ellos han ganado, me he rendido. Han conseguido que deje de leer, y por tanto, de tener opinión y criterio propio. He dejado de ser un individuo especial en sí mismo, para convertirme en una pieza más del puzle de los poderosos, llamado masa. Una masa que se mueve, habla y piensa al unísono lo que otros le dictan. Una masa dónde no existe la libertad de ser YO con mi propio pensamiento, y sólo somos un TODO.
Si alguien lee esto, si lo estás leyendo, hazme un último favor, lee. Lee este libro, es de los mejores. Y si tu mente sigue ávida de cultura y libertad, en un falso fondo del arcón en el que has encontrado este libro, hay muchos más.
Prométeme algo, prométeme que no les dejarás vencer, que querrás ser libre y lucharás por ello. Que leerás cada libro y cada escrito que caiga en tus manos, disfrutando así del placer que da la libertad de poder pensar por ti mismo.
Prométemelo.”


Cerré con cuidado el libro y abrí la trampilla de la que se hablaba en la nota. En efecto, allí estaban, todos esos cúmulos de papel dónde tantas historias, tantas ideas y tanta cultura habían sido recopiladas. Tomé una cerilla del bolsillo y, encendiéndola, la lancé al falso fondo del arcón.
Así era mejor, pensé, la cultura y el pensamiento individual lo volvían todo más complicado. Eso nos habían enseñado siempre, todos tenemos que ser uno, por qué iba yo a querer tener mi propia opinión, eso es sólo un engorro.
Fui a lanzar el libro que sujetaba en las manos al infierno que yo misma había desatado, pero durante un segundo me arrepentí y arranqué la última hoja, la que contenía el mensaje. Con cuidado la guardé en mi bolsillo y arrojé el resto del libro al fuego.
Me quedé contemplando en silencio como las llamas consumían las frágiles páginas, y con ella hacían desaparecer en un instante miles de ideas que jamás conoceré. Una duda nublaba mi mente desde hacía unos minutos, ¿Sería cierto que me había rendido? ¿Sería cierto que ellos habían vencido?
Por un momento me planteé una cosa que me sorprendió hasta a mí misma. Quería ser YO, quería poder tener mis propios pensamientos, mi propia opinión. Pensé enfrentarme a todo, pero el olor a papel quemado me devolvió a la realidad. Logré salvar del fuego los maltrechos restos de un libro. Aunque la última parte estaba calcinada casi todo el principio se mantenía intacto. Lo miré con deseo y, sacando el papel que había guardado, releí el mensaje que aquel hombre había dejado para alguien del futuro, para mí. Lo estreché con fuerza y murmuré.
- Te lo prometo.

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