martes, 7 de diciembre de 2010

Las Hijas de la Luna- XIV

Capítulo 14

Un agrio silencio se impone, trato de situarme y de reaccionar racionalmente, pero el miedo me impide pensar. Dos de las sombras desaparecen y vuelven tras unos minutos. Ahora les puedo contemplar más de cerca, son negras y me recuerdan a personas encapuchadas. No tienen ojos ni boca, pero yo noto cómo me miran y les oigo hablar. Permanecen en silencio desde que he gritado, supongo que planearán algo, quizás quieran llevarme con ellas. Me pongo en pie y ellas se alejan unos pasos. Alzo la voz.
-No queréis llevarme con vosotras, aquí me tenéis.- Murmuran algo que no comprendo y dos de ellas se adelantan. Noto una especie de pulso cuanto más se acercan.
-Así que eres tú el ente de Él busca.
-¿Quién es él?- las pulsaciones que emanan las sombras se agitan, por lo que noto que no les ha gustado mi pregunta.
-¿Ella lo sabe?- me preguntan, no sé a quién se refieren y se lo hago saber, las pulsaciones vuelven a acelerarse.
-A la Hija… a Syra.- Las sombras revolotean a mi alrededor como si estuviesen impacientes por irse.
-¿De quién es hija Syra?
-Él te quiere Hermana, no dejes que te lleve.- comienzan a desvanecerse, no puedo permitir que se vayan, extiendo el brazo y logro rozar a una de ella. Un escalofrío me recorre, pero no duele, es dulce, como un abrazo. “Hermana” esta palabra resuena en mi cabeza. Me siento, abatida, en el suelo, esto se me está yendo de las manos, no entiendo nada. Tardo aún un rato en levantarme y bajar a desayunar. La casa está muy silenciosa, incluso demasiado, me pregunto dónde estará mi tía Margot. Supongo que habrá salido o compra, o algo parecido. Desayuno tranquilamente, pero cuando voy a por la mochila oigo un ruido que procede de la habitación de mi tía. Sin pensármelo dos veces me lanzo hacia allí, pero cuando abro la puerta me quedo paralizada, mi tía está tirada en el suelo, gimiendo, parece totalmente desorientada. Tardo aún unos segundo en darme cuenta de que dice mi nombre. Inmediatamente la ayudo a incorporarse y se sienta en la cama, respirando con dificultad. No encuentro palabras para calmarla, así que guardo silencio hasta que ella me pregunta.
-¿Qué ha sido eso?- me explica lo sucedido, que me ha oído chillar, que ha ido a ayudarme y que se pronto se ha desvanecido. Sin mediar palabra me pongo en pie y, echándome la mochila al hombro, abro la puerta para salir. Mi tía me sujeta el brazo, impidiéndome avanzar.
-¿Qué ha ocurrido?- pronuncia lentamente. Bajo la cabeza, avergonzada.
-Las sombras.- no digo más, no sé si ella no entiende o no, sólo sé que no puedo quedarme ni un minuto más cerca de ella.
Mientras estoy en clase no dejo de pensar en mi tía, es un daño colateral, ellas no deberían haberle hecho nada. Me siento muy culpable, yo quería que viniesen a buscarme, pero de todas formas, no he conseguido nada. Medito las mejores opciones y me decanto por la más simple, ir a la Biblioteca en busca de información. Pero antes de poder poner en marcha mi plan Éren me coge del brazo y me lleva a una esquina para hablar. Aún cuando ya estamos alejados de la gente me sigue sujetando con firmeza el brazo, pese a que yo trato de soltarme.
-Tienes que ser más prudente, ayer de poco te desvaneces para siempre.- por lo que veo habla de las sombras. Pero su tono no es de miedo, si no de resignación, como si esperase que eso ocurriese, pero en otro momento.
-Debiste haberme dejado con ellas.- Me suelta el brazo, en el que han quedado unas pequeñas marcas, y me mira con ternura. Dice algo en voz muy baja, así que no le entiendo. Se inclina hacia mí y se queda a un centímetro de mis labios, aspira y me da un suave beso, un beso dulce, sincero, un beso cargado de ternura, me duele decirlo, pero un beso de despedida. Veo como se aleja, perdiéndose en las calles, durante unos minutos soy incapaz de reaccionar, luego, avanzo automáticamente.
No se puede decir que la Biblioteca sea un edificio llamativo, de un gris piedra bastante común, no se diferencia demasiado de los edificios de alrededor, si no fuera por la escalinata que sube hasta la puerta principal. Una vez dentro la penumbra es monótona y pesada. La gente son simples siluetas difuminadas, parece que hayas entrado en otro mundo. Las estanterías, todas iguales, se alzan hacia un techo inalcanzable, formando un laberinto tapizado por tomos de todas las clases y colores. Me siento intimidada, la gente te mira como si hubiese invadido un rinconcito privado de sus vidas, y probablemente sea así. Sé que me he perdido cuando aparezco frente a una puerta en la que pone “ALMACÉN” Genial, ahora como salgo de esta. Me acerco a la puerta cuando alguien la abre con brusquedad y, golpeándome en la frente, me tira al suelo. Rezo por no haberme roto nada cuando un chico moreno me levanta, tiene los ojos grises y una sonrisa abierta y sincera.
-Lo siento, lo siento de veras.- no puedo hablar, entre la conmoción del golpe y de ver a ese chico soy incapaz de hilar dos pensamientos coherentes.- ¿Te has perdido?
Increíble, además de guapo, lee los pensamientos. Asiento a duras penas y, poniéndome de pie, él me guía sin que me dé cuenta al puesto de información. Aprovechando que me he apoyado en la mesa de madera se cambia de lado y, prendiéndose de la camisa una tarjeta, me pregunta por mi búsqueda. Miro la tarjeta con curiosidad, en la foto sale con el pelo revuelto y una mueca pícara, que denota seguridad. Más abajo pone “Érik, encargado del puesto de consulta” Así que Érik.
-Yo soy Iara.- me presento, él pone una mueca, no me ha dicho su nombre, entonces se percata de la tarjeta y se echa a reír.
-Encantado ¿Qué es lo que buscabas?- Mientras pienso las palabras claves tamborileo los dedos con nerviosismos.
-Entes y Sombras.- digo al fin, no sé siquiera si eso existirá, pero su rostro muda para mostrar una gran preocupación.
-Ven mañana y te ayudaré.- dice y, tras esto, sonríe.
No puedo quitarme de la cabeza al chico de la Biblioteca, tampoco será mucho más mayor que yo, pensando en eso casi se me ha olvidado el beso de Éren, pero el recuerdo vuelve y con él me duermo.

-Empiezan a saber cosas.- comenta la mujer mayor, mientras se lleva las manos a la cabeza y se masajea las sienes.
-Tarde o temprano tendrán que saber toda la verdad.- advierte la joven, que parece tener la mente en otra parte.
- Ya están todos los peones sobre el tablero.- Comenta la más mayor mirando hacia arriba, como esperando alguna señal.

No es un despertar dulce, sino brusco, como si me hubiesen agitado. Pero no, no hay nadie cerca, sólo se oye un grito y a alguien hablando.
-No chilles Garel, son sólo dos puntos.- Mi corazón se encoge.

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