martes, 14 de diciembre de 2010

Las Hijas de la Luna- XV

Capítulo 15

Salgo de la tienda en al que dormía, aunque ni siquiera estoy vestida. No logro identificar el lugar del que proviene la voz de Garel, sólo sé que tengo que encontrarle. Tras dar varias vueltas sin resultado entro apresuradamente en la tienda en la que sé que está mi marido. Me abalanzo hacia él.
-¿Qué me has hecho Keneth? ¡Responde!- no puedo contener mi ira, ayer impidió que ayudase a Garel, y eso para mí es algo imperdonable. Los dos soldados con los que estaba hablando se han retirado disimuladamente. De mis ojos parecen salir chispas cuanto más me acerco a él, pero mi marido sonríe.
-No te preocupes, tu amado Garel está bien.- Estoy tan cerca de él que puedo notar su respiración sobre mi pelo.
-No has respondido a mi pregunta.- parece contrariado, mueve los ojos de un lado a otro, supongo que pensando.
-Hoy te necesitaba lúcida, ya que llegaremos a la corte de Derán. Pero no eres la única, también dormí a mi padre. Ayer no me hubieseis ayudado en absoluto, en cambio hoy os necesito.- Cierro los puños con fuerza, haciéndole sabe todo mi odio y mi ira contenida. Él no es quién para decidir si soy útil o no, y así se lo hago saber.- Pero si lo hago por ti.- suspira con una sincera sonrisa.- Me pediste que no pusiera en peligro a Garel. Si tú estabas en la batalla tu amigo hubiese hecho lo imposible por que a ti no te ocurriese nada, y dado el gran número de enemigos que tienes eso no le hubiese puesto en aún mayor peligro.
He de reconocer que sus pensamientos son lógicos, aunque probablemente se los acabe de inventar. Tengo que ver a Garel, tengo que saber cómo está. Keneth lee en mi mirada y me indica cuál es la tienda de enfermos. Al pasar al lado de ella caigo en que antes no me había atrevido a entrar al ver a un hombre que entraba a toda prisa. Pensaba que sería una tienda de reunión o algo así. Pero al correr la cortina de entrada veo el gran error en el que me encontraba. Decenas de hombres están tumbados o sentados, convalecientes, vendados y pálidos como el papel, muchos de los que están tumbados tienen los ojos cerrados, por lo que temo que hayan muerto. El encargado de los enfermos me comenta que no ha habido ninguna baja, y que a lo sumo serían dos o tres. Parece poco, pienso, teniendo en cuenta que han sido heridos en plena emboscada. Pero es Saskia quien me pone al corriente de lo que realmente ocurrió anoche, ella está curando a un enfermo, que la mira con cara de terror al oír que va a relatar los acontecimientos que me he perdido. Me explica que, cuando nos tendieron una emboscada, parecía que unas fuerzas chispeantes luchaban a su favor, por eso consiguieron no tener apenas bajas. Se me corta la respiración al oír la descripción de los seres chispeante, ya que me recuerdan, aunque no con exactitud, a las sombras. Le pregunto por Garel y me indica que está cogiendo agua en un riachuelito.
Siguiendo sus indicaciones voy en su búsqueda, pero para cuando lo encuentro ya está entrando en la tienda de abastecimientos a dejar el líquido que ha recogido. Nuestras miradas se cruzan, profundamente, veo que tiene el brazo derecho vendado, y hace las cosas con dificultad. No puedo contener las lágrimas de la impotencia, de la culpabilidad de no haber podido hacer nada para evitar que le lastimasen. Llorando me acerco a él, enfadada, tampoco él había evitado ponerse en peligro. Cuando estoy pegada a Garel comienzo a propinarle pequeños puñetazos en el pecho, como si eso sirviera de reprimenda. Él me cubre con el brazo que tiene sano.
-No debiste haberte hecho nada.- le chillo, y mirándole a los ojos le dije.- te lo ordené, soldado Garel, te lo ordené.
Pero él no baja la vista, parece sentirse orgulloso de estar malherido.
-Pero también es mi deber proteger a mi rey, reina Syra, y eso es lo que hice.- tras pronunciar estas palabras serio, me sonríe- además, sólo son dos puntos.
Las lágrimas vuelven a brotar. Le tomo el rostro entre mis manos y le beso con furia, con pasión. Me siento dolida, pero es el dolor a perderle lo que me vuelve loca. Por un momento he imaginado mi vida sin él, todo a mi alrededor se ha vuelto gris, he vivido toda mi vida cerca suyo, no puedo pensar en nada más. Él forma una parte indispensable de mi vida, él es la parte de mujer que soy, él me hace sentir normal. Nunca había tenido tanto miedo por él, sí que habíamos salido en expediciones, pero nunca le he visto tan vulnerable, puede que antes no me sintiese así porque sabía que podía protegerle, pero ahora que sé que no puedo, me siento inútil. Él continua mi beso con naturalidad, como si nos besásemos todos los días, me estrecha contra su cuerpo y, cuando nos separamos, entierra su cabeza en mi pelo, como tanto le gusta hacer.
-¿No me odiabas tanto? – le susurro. Noto como él sonríe.
-No se pueden rechazar los labios de una reina.- Siento un gran fuego en mi interior que me instiga a volver a besarle, y a dejarme llevar. Pero sé que no puedo, así que jadeando me separo de él y me alejo.
Paso el día lacónicamente, mirando el ir y venir de los soldados sin interés ninguno. Y es poco antes de la caída del sol cuando me decido. Pongo una excusa a mi marido y me encamino a caballo hacia la cabaña de Iraís.
Esta noche la veo incluso más espeluznante que ayer, puede que porque en la visita anterior Keneth estaba a mi lado. Imitando a mi marido empujo la puerta, que se abre sin ofrecer resistencia. En su interior, Iraís permanece en la misma posición que ayer, sentada en el mohoso taburete, sin mirar a ninguna parte.
-Soy Syra.- digo en voz baja, pero al finalizar mi nombre me sale un horrible gallo. Ella se posiciona frente a mí y me sonríe, con ese rostro infantil que me hace estremecerme.
- A qué ha venido, reina.- pregunta con sutil delicadeza.
-Quiero pedirte ayuda.- ella suena una risita disonante.- quiero que protejas a Garel, a cambio de lo que quieras.
-¿Podría echarle un vistazo a tu alma?- cierro los ojos con fuerza antes de asentir, poco después, pierdo el conocimiento.


El fondo es blanco, pero un blanco sucio imperfecto. El ser semincorpóreo se mueve con naturalidad, a la espera del ente que, según sus cálculos, no tardará en venir. Pero en su lugar aparece un ser blanco, de forma humanoide, pero de rasgos no definidos. Parece que el ser le conoce, ya que pone una mueca de disgusto.
-No puedes ver ese ente, ¿quién te dio permiso?- el ser se lo comenta, pero el humanoide sólo asiente.- Aún así sabes que no puedes, es la Hija.
El ser, resignado, se funde con el fondo, sabe que no conseguirá lo que estaba buscando.


-Él le ha parado los pies.- comenta la más mayor.
-Pero esta vez.- ambas suspiran con el comentario de la más joven.


No dedico demasiados pensamientos a Syra, ya que hoy la alegría me embarga, el guapo Érik me ayudará en la investigación. Sólo el beso de Éren enturbia hoy mis pensamientos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario