domingo, 24 de octubre de 2010

Las Hijas de la Luna- VIII

Capítulo 8

He bajado a trompicones la escalera, estando a punto, en varias ocasiones, de caer rodando. No tengo tiempo de pensar en donde poner los pies cuando lo único que pienso es en alejarme más y más de las sombras de mi cuarto. Cuando llego a la planta baja la recorro entera en busca de mi tía, ni rastro. El corazón se me encoje de miedo al pensar que las sombras han podido hacerle algo, las noto acercarse y mi respiración se acelera. Calibro mentalmente las posibilidades de escapatoria, pero sólo la más sencilla me convence, salir por la puerta. Me lanzo hacia ella y justo cuando estoy a punto de alcanzarla el pomo gira y la puerta se abre, haciéndome chocar con mi tía, que viene cargada de bolsas. Todas ellas caen al suelo pero mi tía es capaz de sostenerme y evitar que yo también caiga. Tía Margot me mira con preocupación cuando me ayuda a sentarme en una silla. Nos quedamos en silencio, trato de saber si las sombras siguen ahí, pero parece que han desaparecido. Mi tía ordena nerviosa la compra a la vez que me mira sin parar. Yo relajo los hombros y me levanto lentamente para prepararme una taza de café. Cuando me la terminó, tras un rato dando largos sorbos me recuesto en el sofá y enciendo la televisión. Parece que también mi tía se ha tranquilizado, pero sigue echándome alguna mirada furtiva de vez en cuando. Oigo la melodía de mi móvil que suena en el piso de arriba, y mi corazón se acelera sólo con imaginar que las sombras pueden estar esperando arriba.
-¿No coges el móvil?- niego con la cabeza.
-Mejor luego.- Tía Margot guarda silencio, pero veo como se muerde nerviosa el labio. La mañana pasa inexplicablemente deprisa, teniendo en cuenta las pocas ganas que tengo de que llegue esta tarde. Cuando el reloj marca la hora indicada un escalofrío me recorre la espalda, he logrado atreverme a subir a mi habitación a vestirme pero mis dedos siguen temblando.
Gwen me espera en el punto de encuentro, vamos a ir juntas a la casa de los mellizos, veo que está nerviosa, lleva una horquilla de cada color y se ha puesto demasiado maquillaje. Hablamos de temas banales hasta llegar casi a casa de Éren y su hermana, entonces mi amiga me coge del brazo y me mira a los ojos.
-Tengo miedo.- asiento, la comprendo perfectamente.
-Yo también.- parece que sus hombros se relajan.- Pero ella no puede saberlo.
-Y tú.- se interesa- ¿Qué vas a hacer con Éren?
Aparto la mirada y la fijo en algún punto lejano, los recuerdos se agolpan en mi mente como punzadas pero no puedo evitar que una imagen sobresalga, Éren envuelto en una luz verdosa mirándome con los ojos abnegados de lágrimas, abrazándome, besándome, sin darme cuenta yo también he roto a llorar. Mi amiga me abraza.
-Todo saldrá bien.- me susurra, tanto ella como yo sabemos que es mentira. Nos plantamos ante la puerta de la casa de los horrores y llamamos tímidamente al timbre. Una deslumbrante Shyrell nos abre, su pelo brilla y su sonrisa eclipsa la de cualquier chica. Siento unos inevitables celos y unas ganas profundas de tirarle de ese maravilloso pelo y llevarle de nuevo a su internado. Pero veo a Éren al fondo, y eso calma todas mis ansías de guerra.
-Aquí están mis magníficas invitadas.- Las dos tratamos de fingir una sonrisa que no nos sale del todo bien. Nos invita a pasar y nos hace sentar en el sofá. Va a la cocina con la excusa de haberse olvidado algo mientras que Éren permanece en la estancia, alternando mirar por la ventana, a mirarnos con gravedad. Cuando Shyrell vuelve comenzamos con el trabajo. Como había supuesto es la chica la que tiene la voz cantante y ni Gwen ni yo podemos meter baza, Éren ni siquiera lo intenta. Mi paciencia se agota poco a poco y cuando Shyrell decide hacer un parón me escabullo hasta la calle donde me siento en la acera, derrotada. Yo no soy de las que se callan, pero esa chica me impone, ha conseguido que su hermano haga como si no existiera, es poderosa, lo sé, más bien lo intuyo, pero es cierto, esa chica es muy, pero que muy fuerte.
-Perdónala, es así con todo el mundo.- Hablando del rey de Roma. Se sienta lentamente a mi lado. Se atusa con nerviosismo el flequillo rubio y finge concentrarse en una alcantarilla un poco desencajada. Yo hago como que no noto sus miradas fugitivas.
-Ahora me hablas.- Traga saliva y yo contengo la respiración.
-No hace tanto que hablamos.- Se pone en pie y se muerde el labio, cómo si hubiese dicho algo que no debía. Empiezo a notar el golpeteo de mi corazón en el pecho.
-Entonces lo de ayer, las sombras, todo, era real.- No separa los labios pero yo trato de escrutar en sus ojos alguna respuesta. Me pongo de pie y me acerco a él lentamente.- Todo, fue real, todo.- Me acerco a él aún más, anhelo sus labios pero quiero saber si él también los echa de menos, veo como los separa ligeramente y ya sin dudas me lanzo hacia él. Pero antes de que pueda besarle la voz de Shyrell nos separa.
-Ya es hora de continuar.- Éren me lanza una mirada furibunda que hace que me estremezca, hacia un segundo apostaría que nos hubiéramos besado y ahora me mira como si hubiera cometido un crimen. El trabajo continúa y la aridez de Shyrell ha aumentado y trata a Gwen como si fuera escoria. Me muerdo la lengua y trato de hacer oídos sordos a sus palabras. Pero cuando le dice a su hermano que no siga trabajando conmigo que es una pérdida de tiempo dejo de contenerme y le contesto.
-Estoy harta de ti Shyrell, estoy harta de tu arrogancia, y de que creas que eres la reina del mundo. Ahora mismo me voy de aquí y Gwen, si quiere, puede acompañarme, pero no quiero tener nada más que ver contigo.- Recojo mis cosas y salgo precipitadamente por la puerta. Gwen tarda unos minutos más en reaccionar, lo suficiente para que decida irme por otro camino que me permita soltar mi rabia. Es una calle que transito siempre que estoy deprimida, es tranquila y monocromática. Una sensación extraña se agolpa en mi mente, las noto, están ahí, las sombras. Comienzo a correr sin saber muy bien a donde. Las noto cada vez más cerca, pero no veo nada raro a mi alrededor. No tropiezo pero me siento como si lo hubiera hecho, todo mi cuerpo se agita violentamente a causa del cansancio, trato de respirar con normalidad, pero la tripa me duele demasiado, la sangre sube a borbotones a mi cabeza y la noto golpear con fuerza mis sienes. Cuando mi pulso se normaliza logro oír un susurro, no es más que eso, un pequeño murmullo, distingo mi nombre, pero no sólo eso, el nombre de Syra también brota de sus labios inexistentes. Me sobrecojo, ya que nunca he oído ese nombre más que en mi mente.
-¡No!- oigo la voz de Éren, pero también la de Shyrell.- ¡No, Iara, vuelve!
No entiendo eso, a dónde tengo que volver, si no me he ido a ningún lado. Todo a mi alrededor comienza a dar vueltas y los contornos de las formas se difuminan y los colores se entremezclan para dejar lugar a un blanco roto que se me antoja incómodo. No hay nadie cerca de mí, ni siquiera noto cerca a las sombras. Éren tampoco está, le busco y grito su nombre, pero no aparece. Veo como un trozo del blanco comienza a tomar forma, es un ser alto, parecido a un humano, se está formando poco a poco. Quedo embelesada mirándole. Sigue dándose forma cuando se acerca, noto que me mira profundamente, a pesar de carecer de ojos. Ahora no tengo miedo, sólo intriga.
-¿Dónde está Syra?- su voz es como un gorjeo grave y arrastra las palabras, especialmente en la s.
-¿Syra? No sé donde está.- Cuando era pequeña hablaba en alto con Syra, la llamaba y le pedía que jugase conmigo, pero desde entonces no había vuelto a pronunciar su nombre. Abro la boca para hacer una pregunta pero todo a mi alrededor se desvanece, y también el ser desaparece como absorbido por un torbellino, un pequeño chillo es lo último que puedo escuchar. Me encuentro a mí misma en la acera tirada, en brazos de Éren.
-Iara vuelve, no te puedes ir.- No entiendo nada pero tampoco puedo hablar, un cansancio inunda todos mis sentidos. Con mis últimas fuerzas me aferro al cuello de la camisa de Éren.
-Syra.- susurro, sólo para ver que aún soy capaz de pronunciarlo.

-Ha ocurrido.- sentencia la mujer joven, mientras la más mayor se deshace en lágrimas.
-Aún no- solloza.- Aún no.
-Ya es hora de que hagamos algo.-dice la joven como hablando para sí misma.


Un fuerte bamboleo me despierta.
-Hay mucho que hacer princesa, hoy es el día de la boda.- Tardo unos segundos en recolocarme. Me sitúo lo mejor que puedo y me encamino hacia el baño, donde van a proceder a asearme. Mientras juego con el agua un flashback me viene a la mente y sólo puedo decir.
-Iara.

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