domingo, 31 de octubre de 2010

Las Hijas de la Luna- IX

Capítulo 9

Comienzo a chapotear frenéticamente en el agua, noto que Iara está en peligro y todos mis sentidos de alerta se ponen en funcionamiento, poniéndome en pie salgo corriendo a mi habitación. Dos de mis damas de compañía me agarran en mi frenética carrera poniéndome una bata encima. No paro de susurrar el nombre de Iara y comienzo a buscar algo en mi baúl. Oigo como una de mis sirvientas grita el nombre de Garel, no encuentro lo que estoy buscando. Me siento en la cama con las manos ocultándome el rostro mientras trato de vislumbrar a Iara. La mano de Garel me acaricia el cabello húmedo, sé que es él, es el único que me acaricia de ese modo, la cama se hunde a mi derecha y yo me inclino hacia él dejando que me envuelva en sus brazos y me susurre palabras tranquilizadoras al oído.
-Iara, tiene problemas.- susurro, tras decirlo me muerdo el labio. Él me separa de su pecho y me mira muy serio.
-Syra, ya hemos hablado de esto.
-No quiero que me creas.- aparto la mirada de él.- Sólo que lo sepas.
Él niega con la cabeza, noto como sus brazos se tensan y bajo la fina bata que llevo escucho claramente los latidos de su corazón. “Así” pienso con melancolía “Así tendría que ser todo” Trato con todas mis fuerzas de quitarme de la cabeza a Iara., así que pasó a centrar mis pensamientos en Garel.
-Por cierto, ¿No tenías algo para mí?- Él titubea, sin saber a lo que me refiero, hasta que se fija en mi sonrisa pícara y en mi mirada retadora, como la que le ponía cuando éramos niños para echar una carrera. Sonríe con dulzura y se inclina hacia mí. Separo los labios esperando los suyos, pero nunca llegan. La puerta se abre de un sopetón y la Regente aparece por la puerta.
-¿Cómo puede ser que aún estés en bata?- Chilla indignada, mientras Garel se levanta de mi lado y se acerca a la puerta, haciendo una reverencia a la Duquesa de Wollden.- El día de mi boda yo estuve preparada cinco horas antes del enlace.- Aclama.- Y a ti sólo te quedan tres.- Se me hace un nudo en el estómago al pensar en la inmediatez del casamiento.- Seguro que ahora Keneth estará ya arreglado y Garlión se estará riendo de nosotras.
Suelto un suspiro resignado, en cuanto Garel abandona mis aposentos un ejército de criadas se ponen manos a la obra para vestirme y arreglarme. El vestido es muy ceñido en la cintura y cuando me colocan el corsé suelto un par de gruñidos de agonía, que son eludidos por las sirvientas. A la hora de peinarme un gran debate sobre mi peinado se abre en la habitación y todas las mujeres sin excepción saben un peinado que me quedaría “espectacular”, en esta discusión yo no tengo ni voz ni voto, pero sin duda la propuesta de la Regente es la que gana, un complicado moño alto sujeto por dos alfileres decorados con oro y piedras preciosas. Me resigno a que me claven incontables veces los alfileres en la cabeza y a que me den tantos tirones que crea que me van a arrancar el cabello.
Cuando juzgan que estoy lista me dejan sola, aún queda una hora para el enlace y me siento aburrida. Como no, parece que Garel me lee el pensamiento, porque aparece por la puerta con el rostro preocupado.
- El prisionero.- masculla.- el que dice ser el príncipe Alec.- trata de coger aire, parece que ha venido corriendo.- quiere hablar contigo.
Instantáneamente me pongo en pie, cosa ciertamente dolorosa, ya que el corsé y los tacones están haciendo bien su trabajo. Asiento serena, indicándole que me lleve con el prisionero.
Bajar las tortuosas escaleras hacia las mazmorras resulta toda una aventura, pero al fin logro llegar al piso donde se encuentran el prisionero, llevo en vestido recogido para que no toque el suelo y algunos cabellos del complicado moño se han descolocado. Cuando llego a la celda de Alec le veo acurrucado en una esquina, temblando y murmurando palabras sin sentido. Estás más sucio y greñoso que como lo recordaba y una abundante, aunque no demasiado espesa, barba le cubre el rostro. Cuando me mira veo que tiene los ojos inyectados de sangre, pero en vez de abalanzarse sobre mí se levanta muy dignamente y carraspea para aclararse la voz.
-Princesa Syra.- Asiento.- Es todo un placer recibirla en mi humilde morada, sé que no es gran cosa, pero espero que sea del agrado de Su Majestad.- sonsaca una sonrisa burlona y su indolencia me molesta. Alzo la barbilla para señalarle que conmigo no se bromea.- ¿No tiene ganas de reírse princesa? Igual debo de empezar a llamarle Reina, por lo que tengo entendido hoy contraerá matrimonio, y no precisamente con el atento joven que siempre la acompaña.
Es curioso todo lo que sabe este joven, que no tenía pintas de ser muy perspicaz.
-¿Sorprendida? Aquí en las mazmorras nos aburrimos mucho, y a los guardas les encanta hablar.- Fulmino con la mirada al soldado que nos escolta, que baja la mirada avergonzado.
-Así es, y ahora, ¿vas a decirme de qué querías hablar conmigo?
-Yo sólo quería darle la enhorabuena, Majestad.- Ha logrado sobrepasar los límites de mi paciencia.
- Dime qué es lo que quieres, o acaso no sabes aún que ya sabemos que no eres el príncipe Alec, nosotros también tenemos nuestras informaciones.- Se encoge de hombros y me sonríe ampliamente. Harta de él me doy la vuelta y me dispongo a salir. Por entre los barrotes el prisionero desliza el brazo y toma uno de los alfileres que sustenta mi moño. El peinado se deshace y el otro alfiler cae al suelo, donde Garel lo recoge. Me giro para encararme al falso Alec, que mira con admiración el complemento.
- Con esto, podría dar de comer a mucha gente.- Susurra, haciéndome sentir culpable con sus palabras.- Puede que con sólo esto pudieras pagar a quién te dijera dónde se encuentra tu padre…
Mi mente se enciende en un momento.
-¿Mi padre? ¿Está vivo? ¿Dónde? Responde- grito. Pero el prisionero me mira con satisfacción en los ojos. No lo veo venir cuando se clava mi alfiler en la garganta, aún con una pétrea sonrisa en los labios. Garel me logra apartar a tiempo de no salpicarme con la sangre, que si mancha su traje. Grito de desesperación de miedo. Pido que alguien haga algo, pero mi futuro consejero me susurra que no hay nada que hacer, que está muerto. Echo a llorar y Garel me ayuda a subir las escaleras hasta el piso principal. Nos sentamos en una ventana y él me abraza. No consigo quitarme de la cabeza las palabras del falso Alec, tampoco sé cómo se llamaba en realidad.
-Ahora tienes que casarte.- Me dice dulcemente mi amigo, que comienza a acariciarme el pelo y a peinármelo con una trenza, como hacíamos cuando éramos pequeños. Él sabía hacer unas trenzas preciosas y a mí me encantaba que me acariciara. Ahora mismo me sentía tan inocente como lo era entonces, tan ilusa y despreocupada. Cuando termina la trenza la remata con el alfiler que ha caído al suelo en las mazmorras, tras limpiarlo convenientemente.
-Preciosa.- Afirma con una gran sonrisa.- Ya estás lista para casarte.
Me da un par de vueltas sobre mí misma y cuando acabamos ambos sonreímos, aunque nuestros ojos muestran la tristeza de nuestro corazón. Me acerco a él y torpemente me pongo de puntillas, rozándole los labios. En un primer momento él se tensa, pero después continúa mi beso. Tras unos minutos nos separamos y nos miramos a los ojos. No hace falta decir nada, ambos sabemos lo que pensamos. Yo me voy a casar con otro, y tendré hijos con mi marido, probablemente él también se case, con alguna hermosa jovencita que le dé muchos hijos. Pero él siempre será especial para mí, siempre tendrá un hueco en mi corazón. Me acompaña de la mano hasta la puerta del salón de actos, donde ya los invitados murmuran. Nos despedimos con la mirada y él se aleja, mientras que yo entro sola, camino del altar.
La boda sucede sin inconvenientes, todos es hermoso y Keneth está maravilloso.
Tras la boda me pierdo por los pasillos de palacio, para pensar. En un momento dado noto que algunas sombras se mueven de forma extraña, como si fueran entes propios. Apenas me doy cuenta cuando me rodean y me envuelven.
Me encuentro en un lugar extraño, de un blanco no muy puro. Un poco más adelante un trozo del contorno parece tomar forma. Es un ser con apariencia humana pero sin rostro.
-Ahora eres tú la que está aquí.
-¿Quién eres?
-Alguien que sabe quién es Iara
Todo se vuelve a difuminar y me encuentro de nuevo en los pasillos de palacio, donde Garel me sostiene en sus brazos y grita mi nombre. No tengo fuerzas para pronunciar el nombre Iara.

-También ella.- susurra la mujer joven, que parece derrotada.
-Esto se nos está yendo de las manos.- Murmura la más mayor.
-¿Alguna vez lo hemos controlado?- masculla la joven.

Me despierto con un profundo dolor de cabeza. Mi sueño ha estado plagado de pesadillas con el ser del lugar blanco y con Syra, la veía una y otra vez pronunciando mi nombre. Tengo que hacer algo.

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