lunes, 20 de septiembre de 2010

Las Hijas de la Luna- III

Capítulo 3

Salgo de la tienda con un sonoro bostezo, que hace que todos mis hombres se giren a mirarme, incluido el prisionero. Le lanzo una mirada de desdén y me acerco al puchero donde se calienta alguna especie de caldo. Trago con desgana sin dejar de mirar al joven prisionero, que es interrogado por Garel. Observo todos sus movimientos, sus gestos, sus palabras. Dejo el cuenco a un lado y me acerco a él, me pongo de cuclillas, ya que está sentado en el suelo, sonrío amablemente.
-Así que el príncipe Alec.
-Príncipe Alec de Forald- afirma. Miro a Garel sonriéndole.
-Mira que suerte hemos tenido Garel, destruimos un campamento entero y casualmente salvamos a un príncipe.- comento con sorna, el prisionero lo nota y sus facciones pasan a estar a la defensiva.- ¿Qué nos podría interesar a nosotros de Forald?- cavilo en alto. Veo como el prisionero piensa algo rápidamente.
-Oro- una respuesta demasiado sencilla y común, pienso. Me pongo en pie y comienzo a lavar el cuenco que he usado. Tanto Garel como Alec me miran intrigados.
-Tengo oro- mascullo lo suficientemente alto para que el chico lo oiga.- Pero hay tiempo suficiente de aquí a casa para pensar en algo que me gustaría de Forald.
La verdad es que los caballos que encontramos en el campamento nos ayudaran a aligerar la marcha, probablemente esta tarde ya estemos en casa. Mando recoger el campamento y ordeno a Garel supervisor oficial del prisionero, cosa que no le hace ninguna gracia, pero agacha la cabeza, sumiso. Una vez está todo listo partimos hacia el castillo. Doy instrucciones a Saskia, mi guerrera más veloz y mejor jinete, de que informe a la Regente de Kniss de que llegaremos esta noche, con suerte podremos cenar en abundancia. Nos ponemos en marcha de inmediato. Me gusta cabalgar, notar el caballo bajo mi cuerpo me relaja, pero a la vez me hace sentir viva. Todos mis hombres parecen cansados, pero se les ilumina la mirada sólo de pensar en volver a casa. A sido una salida breve, pero todos tienen familias a las que echar en falta. Observo sus rostros, conozco cada uno a la perfección y no dudaría en dejar mi vida en manos de ninguno de ellos. Pero uno es más especial que los demás, Garel marcha con gesto orgulloso y desafiante. Me acerco a él sonriendo, cosa que hace que me mire indignado.
-¿Da mucha guerra nuestro principito?- Comento. Alec nos mira con desprecio.
-No demasiada.- Contesta tajante mi amigo. Mientras se aleja le observo en silencio. Es mi mano derecha, mi hombre de confianza, pero en muchos aspectos creo que sigue siendo hermético. Vuelvo a encabezar la marcha y aceleramos el ritmo.
Para cuando llegamos todo está preparado. Hay muchas antorchas que iluminan el patio, pero nadie nos aguarda fuera, todos esperan dentro. Mando a mis hombres a vestirse adecuadamente a sus casas, mientras acompaño a Garel cuando deja a nuestro prisionero en las mazmorras.
-¿Por qué me lo has dejado a mí?- se atreve al fin a preguntar.
-Porque tú le intimidas, no intentará nada siempre que crea que tú serás más rápido.-Asiente.
Voy a mis aposentos a por un vestido pero no tardo demasiado en salir. Casi todos mis hombres están entrando en ese momento en el salón y sentándose en la mesa. Yo ocupo mi lugar al lado de la Regente, la Duquesa de Wox, la esposa de mi difunto padre, pero no mi madre, eso siempre se ha encargado de dejármelo muy claro.
-Bienvenidos caballeros y damas que habéis servido fielmente a los propósitos del reino de Kniss.-Todos aplaudimos.- Veo que la princesa Syra, es digna heredera del trono y digna hija de nuestro difunto rey.- Todos bajan la cabeza.- Bueno, todos a comer.- Da dos palmadas y comienzan a traer el primer plato, una sopa de pollo que nos sienta de maravilla. La velada transcurre relajadamente, ya que ninguno de los que acabamos de volver tenemos fuerzas más que para comer.
Cuando todos se marchan la Duquesa nos reúne en una sala aparte a mí y a Garel.
-Contadme lo que ha sucedido, el chico prisionero es demasiado joven para ser Orz.- Ambos asentimos.
-Ese joven es el único superviviente de su campamento, dice ser el príncipe Alec de Forald.- La Duquesa abre mucho los ojos.
-¿Crees que es el príncipe?
-En absoluto.-digo negando con la cabeza.- Un príncipe jamás diría lo que es, pues eso expondría a su reino.
Mis palabras parecen adecuadas para la Regente.
-¿Sabéis algo de Orz?
-No sabemos dónde está.- Se adelanta Garel.- Sólo sabemos que no estaba en el campamento. O huyó, o nunca estuvo.
La Duquesa digiere sus palabras y con un gesto de la mano nos indica que podemos irnos. Nos deslizamos por los pasillos y Garel me acompaña a mis aposentos. Nos abrazamos al cobijo de las sombras, siempre hay peligro de que nos perdamos el uno al otro. Cuando nos separamos le miro a los ojos.
-Garel, quiero que seas mi consejero.- Es una propuesta extremadamente atrevida, dado que es lo más cerca que puedo tener a un hombre, aparte de a mi marido.
-Al fin te has lanzado.- suspiro. Acepta y durante unos instantes permanecemos mirándonos a los ojos.
-Recuerdas qué fue lo primero que dijiste al conocerme.- niego intrigada.- Jamás serás mi esposo, jamás serás dueño de mi reino.-Me rio entre dientes y le pregunto qué respondió él.- Me conformo con ser el dueño de tu corazón.
Le miro con infinito amor y con unas ganas inmensas de besarle, pero con una leve reverencia nos despedimos.
Cuando consigo conciliar el sueño las palabras de Garel me acompañan.

Hoy el despertador me ha pillado aún dormida. Me pongo en pie de un salto, tratando de no caer de bruces contra el suelo. Lo primero que pienso es que hoy conoceré a la hermana de Éren.

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