miércoles, 23 de noviembre de 2011

Las Hijas de la Luna- XVIII

Cojo a todo correr el libro que, sorprendentemente, sigue aún bajo mi cama. Lo tomo y lentamente lo abro, acariciando con dulzura cada una de las páginas.
La tapa es pesada, probablemente un tablero cubierto de piel, hay una hermosa gema alojada en el centro de la portada, no es muy brillante, ni está muy tallada, pero hay tanta belleza en ella que por unos minutos soy incapaz de retirar la mirada.
Hojeo rápidamente, tras esto bajo apresuradamente las escaleras con una sonrisa en el rostro. Mi tía ya ha desayunado y friega su parte mientras tararea la pegadiza sintonía de algún anuncio. Le doy un rápido beso en la mejilla y pongo pana tostar mientras saco los cereales.
El resto de la mañana la paso leyendo el libro con avidez, pero para ser sincera, no entiendo lo que dice. Sí entiendo las palabras, el lenguaje, pero las frases carecen de sentido para mí y me siento totalmente perdida.
A la hora de comer estoy seria, incluso mi tía hace algún comentario, pero no digo nada más, me limito a comer.
Esta tarde he quedado con Erik, así que me pongo un bonito vestido y me maquillo. Mientras estoy en el baño dándome los últimos retoques oigo algo raro. Es como un susurro, y viene de mi habitación. Me acerco extrañada, con pasos pequeños, tratando de hacer el menos ruido posible con mis tacones. No veo a nadie, pero sigo oyendo esa voz, suena impersonal, como un robot. Mi tía entra por la puerta y se dirige a mi cama, probablemente a terminar de hacerla. Siendo consciente de que puede descubrir el libro me abalanzo sobre ella y al abraza. Me deshago en excusas y consigo que al fin salga. Tomo el libro y lo envuelvo en un pañuelo, escondiéndolo en el bolso que llevaré a la cita.
Me sorprendo ante ese pensamiento, una cita, ¿será eso?, lo medito durante unos segundos para ser consciente de que, en efecto, es una cita en toda regla.
Erik me espera frente al bar que hemos quedado, se le ve nervioso, quizás emocionado, no estoy seguro de si es por verme o por volver a ver el libro.
Nos saludamos con unos pobres dos besos y nos sentamos en una mesa apartada. No hace falta que me lo pida, pues saco el libro y lo destapo, para que pueda contemplarlo. Antes hubiese jurado que las voces venían de él, pero ahora no estoy tan segura. Abre la primera página y comienza a leer con una velocidad que me confirma que es un lector consagrado.
-No entiendo nada.- Murmura entre dientes. Yo asiento, pero decido dejarle solo con sus cavilaciones y me acerco a la barra a pedir algo para beber.
Cuando vuelvo, con sendos vasos en las manos alza los ojos con la mirada turbia y preocupada.
-Dime que tú tampoco entiendes nada.
-Ni una palabra- respondo con una sonrisa, él no sonríe. Durante el resto de la tarde hablamos del libro, lo investigamos de todas las maneras posibles, pero no encontramos nada que pueda ser útil.
Estoy enormemente decepcionada, pensé que en ese libro podría encontrar las claves que me ayudasen a descubrir qué relación tienen esas sombras conmigo, y sobre todo, qué han hecho con Gwen.
Nos levantamos de la mesa y, tras pagar, salimos en dirección a mi casa. Hemos vuelto a cubrir y a esconder convenientemente el libro. Ambos caminamos en silencio, al tensión se palpa en el ambiente.
Cuando llegamos a mi casa doy un paso adelante para entrar, pero Erik me sujeta la mano y me hace que me gire, mirándole.
-Yo también las conozco Iara, sé de lo que son capaces, tengo las mismas ganas que tú de acabar con esto, de descubrirlas y derrotarlas. Pero no podemos hacer más, no te tortures, se nos ocurrirá algo.- Me acaricia la mejilla con cariño y yo, decidida, le abrazo con fuerza, deseando que nunca me suelte, disfrutando de su calor, de su olor, de sus brazos rodeándome, como una promesa.
Al separarnos aún hay tiempo para una última sonrisa de despedida, y entro en casa. Tras cambiarme me meto en la cama y, mientras caigo en brazos de Morfeo un recuerdo acude a mi mente. La voz que he oído esta mañana va tomando forma y por fin entonces consigo entender lo que decía “Margot”

Me despierto cubierta de sudor y un pequeño chillido escapa de mi garganta. Miro a mi alrededor, estoy sola, mi marido no está durmiendo a mi lado. Pongo los pies en el frío suelo de mármol aún con el corazón latiendo desbocadamente.

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