domingo, 16 de octubre de 2011

Relato de una Pesadilla

Esta pesadilla la tuve poco tiempo antes de que una de mis mejores amigas, Cristina, se mudase:

No es exactamente niebla lo que cubre el prado donde nos encontramos, es una pesadez como si todo el ambiente estuviera cargado de malos presagios y tristeza. Las cosa parecen desteñidas, grisáceas, los colores son una gama cenicienta con matices desde el azul al verde, pero siempre formando un simple cariz diferente en la monotonía plomiza.

El campo en el que estamos se encuentra rodeado por un espeso bosque de abetos que prometen ser verde oscuro. Frente a mí se hallan dos enormes barracones de madera con el techo rojizo y oxidadas cañerías, a mi derecha un pequeño estanque rodeado de piedras y con peces naranjas, y a mi izquierda un camino de polvo se pierde en el bosque.

No sé por qué el lugar me recuerda a un parque de atracciones, sólo que no le encuentro el parecido. Una duda nubla mi mente, siento que falta alguien, no sé quién ni por qué lo pienso, sólo sé que falta, que no está. Me flanquean Lía y Ángela, ambas miran con la misma cara de expectación que yo todo a nuestro alrededor. La camiseta roja de Lía no parece colorida y animada, como debería, y eso me deprime. No entiendo qué hacemos aquí ni de dónde venimos, no recuerdo nada antes de estar así. Este lugar me es desconocido, aunque me viene a la cabeza un campo de concentración al pensar en dónde puedo estar. Me sigue faltando alguien, y busco instintivamente a Andrés, lo veo lejos, de espaldas, a su lado puedo reconocer a Aylén con la americana del traje de mi amigo. Él lleva las mangas de la camisa remangadas y me da la espalda, tengo la sensación de que me ignora, o que no me busca, y eso me preocupa. Pero no es él quien me falta y no me hago una idea de quién puede ser.

En ese momento me fijo en los hombres y mujeres que hay entre nosotros, antes no me había dado cuenta de que estaban. Todos visten de un riguroso gris acorde con el paisaje, ellas llevan faltas rectas por debajo de la rodilla y jerséis de cuello alto al estilo de los años 20; ellos usan pantalones de pinza y camisas grises bien cerradas, escrupulosamente planchadas y metidas. Inmediatamente pienso que parecen germanos, de rostros angulosos y ligeramente agresivos, rostros en lo que no confiaría con facilidad. Los ojos claros y fríos, el pelo engominado y, en caso de las mujeres, recogido en un tenso moño alto. Esas guardianas se me asemejan a una mezcla entre la señorita Rottenmeier y la señorita Trunchbull, aunque carecen de fustas y sus gestos parecen amables, su mirada es cortante como un látigo.

De pronto todos los guardianes se ponen en marcha y nos dividen en hombres y mujeres. Comienzan a apremiarnos para que vayamos hacia los barracones, yo me revuelvo inquieta, a dónde nos llevan, por qué nadie más que yo parece extrañada de lo que está ocurriendo, quién es esa persona que me falta. Las demás personas miran a su alrededor con curiosidad, pero no con el terror que yo lo hago, puede que ya nos hayan explicado antes de qué va esto, que yo no haya prestado atención y por eso soy la única que no entiende qué está pasando. En ese instante empiezo a sentir unas inevitables ganas de ir al baño, hace un instante no estaban ahí, pero ahora es imposible ignorarlas.

Finalmente entramos en las enormes cabañas, y ahora sí que me siento como si estuviese en la Lista de Shindler. Ante nosotras sólo hay un pequeño recibidor y una pesada puerta de hierro con un diminuto ventanuco empañado. Tengo la sensación de que nos van a meter en una cámara de gas y lloro amargamente, pese a que todas mis compañeras parecen tranquilas. Sólo un pensamiento me reconforta, igual allí dentro está la persona que me falta. Cuando una de las guardianas me indica la primera no dudo y me encamino con paso firme hacia la puerta. Al tocar el pomo me quedo sin respiración, sólo puedo pensar en si la persona a la que echo en falta estará ahí dentro, esperándome.

Pero no hay nadie, es un simple baño algo sucio, las baldosas blancas del suelo parecen antiguas y algunas están rotas. A ambos lados unas destartaladas ventanas y a mi izquierda tres lavabos en fila con sus correspondientes espejos llenos de óxido. Frente a mí tres puertas que, deduzco, conducen a los váteres. Una sensación me paraliza, quieren asustarme, no entiendo por qué pero tengo la certeza de que quieren darme un susto de muerte. No está la persona que me falta y eso me hace sentir insegura. Me encamino dubitativa a la puerta del medio y cuando me dispongo a abrir sale del baño de la derecha una mujer horrible, como deformada, con ropa harapienta y pelo mugroso, la cara desencajada y pálida como la nieve. Al darse cuenta de que no me ha asustado, probablemente porque ya me esperaba algún susto, baja la cabeza y vuelve a entrar a su váter. Cuando termino de hacer mis necesidades salgo, las guardianas me miran extrañadas, creo que han notado que no me han asustado. Quiero decirles algo a Lía y a Ángela, avisarles de lo que hay dentro, de que tengan cuidado, pero no puedo, no sé por qué pero soy incapaz de abrir la boca. Me siento en un rincón y trato de pensar en la persona que me falta, no estoy segura si es hombre o mujer, en mi mente es sólo un fantasma que me exige estar presente en mi vida.
Una tras otra el grupo de chicas sale del baño, todas parecen haber sufrido un fuerte shock, sus pupilas permanecen dilatadas, han empalidecido y no hablan, hasta casi podría jurar que no piensan en nada. Cuando todas han pasado por la prueba las guardianas nos sacan fuera y nos dejan tiempo libre. El sol, o un amago de él, ha surgido entre las nubes, pero sigue haciendo frío y la niebla sigue siendo igual de pesada. Lía y Ángela deciden jugar en el estanque, aún tienen las pupilas muy abiertas, aunque ya no parecen tan pálidas, apenas hablan, y, cuando lo hacen, es para decir frases cortas o monosílabos sin sentido, luego ríen. El shock ha debido de ser muy fuerte. Yo me limito a sentarme al borde y meter los pies en el agua. ¿Le gustarán los peces a la persona que me falta? Puede que nunca pueda responder a esa pregunta. Pienso en varias maneras de escapar, esto me recuerda demasiado a un campo de concentración. Yo no soy judía, recuerdo, ni nadie de los que conozco, además, apostillo mentalmente, los nazis desaparecieron hace años.

Al mismo tiempo todas las personas se acercan a los guardias y forman en filas, me apresuro a incorporarme, no sé a dónde vamos, pero está claro que vamos a salir de aquí. Nos encaminamos por el sendero de polvo. Puedo ver a lo lejos los rizos de la nuca de Andrés, a su lado sigue Aylén, y continúa con la americana sobre un vestido que parece de fiesta. Él ni siquiera se gira a buscarme, me inquieto, pero también me pregunto si sabrá algo de la persona que me falta, la persona a la que estoy buscando.

En poco tiempo llegamos a orilla de un río. Todo el mundo se quita la ropa y debajo llevan un bañador, yo tengo puesto un biquini rojo. Vuelvo a tratar de cruzar mi mirada con la de Andrés que sigue de espaldas, y Aylén parece que se va a bañar con la americana, es una estupidez, pienso, la mojará y la dejará inservible. Mi amigo me ignora, está pasando de mí, me siento estúpida. De pronto Lía y Ángela se tiran al agua gritando, cómo si hiciesen sesenta grados y aquel fuera el único lugar con agua en el planeta.

Fugazmente una idea cruza mi mente, ¿y si el agua estuviese envenenada o fuese ácido?, para deshacerse de los judíos les daban duchas de ácido, ¿por qué no nos va a bañar a nosotros en la misma solución?. Me decido y echo a correr hacia el bosque, pese a que voy descalza y me estoy clavando todas las piedrecitas y ramas del camino. Mis pies sangran, al igual que mis piernas. Un par de guardianes me siguen y, al darme alcance y agarrarme de los brazos para meterme al agua recuerdo de pronto quién es la persona que falta.

-¡Cristina! ¡¿Dónde os habéis llevado a Cris?! ¡Devolvedla! ¡¿Dónde la tenéis escondida?! ¡¿Por qué la retenéis?! ¡Cristina, no te rindas, te encontraré! ¡Cris!- gimo antes de desmayarme.